El ascenso de la ultraderecha en América Latina es un fenómeno multifactorial, impulsado por una combinación de factores socioeconómicos, políticos y culturales. Este auge no se debe a un giro conservador generalizado en la ciudadanía, sino a una compleja interacción de elementos que han creado un terreno fértil para su expansión.
Históricamente, la ultraderecha en América Latina se ha caracterizado por una tendencia violenta y movimientista, lo que ha llevado a una relación conflictiva con la democracia y las instituciones políticas establecidas.
Sin embargo, una distinción clave dentro de la
"ultraderecha" contemporánea es que la "derecha radical"
generalmente acepta las reglas y procesos fundamentales del juego democrático.
A pesar de esta aceptación, se oponen activamente a ciertos elementos básicos
de la democracia liberal, como el respeto a los derechos de las minorías o la
adhesión al Estado de derecho. La reciente expansión de la "nueva
ultraderecha" depende, en gran medida, de la evolución de las relaciones y
disputas entre las expresiones institucionales más radicales y moderadas de la
derecha. Esto sugiere una compleja interacción donde algunos elementos de
ultraderecha buscan estratégicamente legitimidad e influencia dentro del marco
democrático, mientras que otros mantienen una postura más abiertamente antisistema.
El crecimiento de la nueva ultraderecha está significativamente ligado a la
"batalla hegemónica" interna y las interacciones estratégicas
(desdén, conflicto, convergencia) entre las facciones radicales y moderadas de
la derecha. Esto indica que las respuestas estratégicas (o la falta de ellas)
de la derecha mainstream (corriente principal) son factores críticos en
la expansión y legitimación de la ultraderecha.