El ascenso de la ultraderecha en América Latina es un fenómeno multifactorial, impulsado por una combinación de factores socioeconómicos, políticos y culturales. Este auge no se debe a un giro conservador generalizado en la ciudadanía, sino a una compleja interacción de elementos que han creado un terreno fértil para su expansión.
Históricamente, la ultraderecha en América Latina se ha
caracterizado por una tendencia violenta y movimientista, lo que ha llevado a
una relación conflictiva con la democracia y las instituciones políticas
establecidas.
Sin embargo, una distinción clave dentro de la
"ultraderecha" contemporánea es que la "derecha radical"
generalmente acepta las reglas y procesos fundamentales del juego democrático.
A pesar de esta aceptación, se oponen activamente a ciertos elementos básicos
de la democracia liberal, como el respeto a los derechos de las minorías o la
adhesión al Estado de derecho. La reciente expansión de la "nueva
ultraderecha" depende, en gran medida, de la evolución de las relaciones y
disputas entre las expresiones institucionales más radicales y moderadas de la
derecha. Esto sugiere una compleja interacción donde algunos elementos de
ultraderecha buscan estratégicamente legitimidad e influencia dentro del marco
democrático, mientras que otros mantienen una postura más abiertamente antisistema.
El crecimiento de la nueva ultraderecha está significativamente ligado a la
"batalla hegemónica" interna y las interacciones estratégicas
(desdén, conflicto, convergencia) entre las facciones radicales y moderadas de
la derecha. Esto indica que las respuestas estratégicas (o la falta de ellas)
de la derecha mainstream (corriente principal) son factores críticos en
la expansión y legitimación de la ultraderecha.
Un motor significativo y recurrente del crecimiento electoral de la ultraderecha en América Latina es el descontento generalizado de los votantes con los gobiernos en funciones, que, hasta hace poco, eran predominantemente de izquierda. El declive de la "
marea rosa" –el período de hegemonía política de izquierda en la década de 2000– se debió a una combinación de factores, incluyendo el fin del auge de los precios de las
materias primas y la politización de numerosos
escándalos de corrupción que erosionaron gravemente su credibilidad. Este agotamiento de los gobiernos de izquierda creó un vacío de representación, allanando el camino para el rechazo electoral de los partidos tradicionales y abriendo espacio para el crecimiento tanto de la derecha convencional como, crucialmente, de la ultraderecha. En
Argentina, específicamente, la persistente incapacidad de las administraciones anteriores para estabilizar la economía, particularmente en el control de la
inflación galopante, generó un profundo malestar público contra la percibida "
casta política", un sentimiento que
Javier Milei explotó hábilmente con su
discurso libertario y populista. El ascenso de la ultraderecha no es monocausal, sino que surge de una poderosa convergencia de crisis políticas (descontento con los gobernantes, crisis de la derecha convencional), socioeconómicas (fin del auge de las materias primas, corrupción, inflación) y de seguridad (delincuencia, inseguridad pública). Este entorno de crisis multifacética crea un terreno fértil para alternativas radicales, ya que los actores políticos tradicionales son percibidos como fallidos en múltiples frentes.
Un factor crítico en el ascenso de la ultraderecha es el vacío de representación que surge cuando los partidos de derecha convencional demuestran ser incapaces de desarrollar propuestas programáticas que cautiven y atraigan genuinamente a amplios segmentos del electorado. Este vacío es entonces hábilmente explotado por las nuevas fuerzas de ultraderecha, que no solo articulan críticas agudas a la izquierda, sino que también buscan activamente diferenciarse y trascender a la derecha convencional. El caso de
Chile es paradigmático: la derecha convencional había moderado en gran medida sus posiciones para adaptarse a una sociedad que abrazaba cada vez más los valores progresistas. Sin embargo, el último gobierno liderado por
Sebastián Piñera (2018-2022) se deslegitimó debido a su manejo de la pandemia de
COVID-19 y el
estallido social generalizado de 2019, creando así una oportunidad significativa que la ultraderecha, liderada por
José Antonio Kast, aprovechó eficazmente.
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